Nacida en una familia humilde, se propuso superarse. Terminó la escuela secundaria en Apipé Grande; se rebeló contra el mandato de su padre para que fuese ama de casa y armó el bolso en busca del porvenir en Buenos Aires.
Escapó de un acoso sexual y, con la página de clasificados de un diario debajo del brazo, acudió a una convocatoria para trabajar de niñera. La infanta fue la eximia pianista Martha Argerich, a quién acompañó hasta que el entonces presidente Perón le dio una beca a la pequeña artista para seguir sus estudios en Viena.
Argerich inicia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires un ciclo de conciertos desde el sábado 15 y hasta el domingo 30 de Julio. Se trata de una nueva visita de la eximia pianista, luego de que en 1954 emigrara a Europa, becada por el presidente Juan Domingo Perón para evolucionar como música.
Hasta aquel año, Argerich transitó su infancia escuchando una voz con acento litoraleño, fue el de su niñera, Esther Paredes. Una mujer que había llegado a Buenos Aires oriunda de la isla San Antonio de Apipé Grande, en la provincia de Corrientes.
su vida continuo aquí , siguió capacitándose y halló el amor. Se casó y formó una familia que dio como frutos 3 hijos, 9 nietos y una bisnieta.
Volvía de visita a su pueblo natal, para además de visitar afectos, asistir con donaciones que recolectaba en Buenos Aires. Su esposo Florindo José Brindesi donó la primera bandera nacional que lució la plaza principal de la Isla de Apipé.
Alrededor de 70 años después de aquella separación, en 2015, infanta e institutriz volvieron a encontrarse, la emoción de Esther por ver «su » niña convertida en una Martha referente mundial en el arte, y Esther, con entonación moderada y feliz, con una familia que dio como frutos 3 hijos, 9 nietos y una bisnieta, vencedora de tantos tiempos difíciles
Esther vivió poco más de 90 años; falleció el 25 de marzo de 2021 en Buenos Aires, había nacido en Apipé el 9 de diciembre de 1930.
La Niñera
Hasta 1954, Paredes cuidó de la niña María Martha. La apipeana contó que la pianista disfrutaba de los paseos en el Jardín Botánico. «Admiraba los árboles; los acariciaba; miraba con atención sus hojas; buscaba sus nombres y anotaba», recordó alguna vez Esther.
Paredes fue niñera de la prodigiosa artista entre los 5 y 12 años de edad. A este trabajo llegó detrás de sus sueños de estudiar y escapando de un acoso sexual.
Después de terminar la escuela primaria en la Isla Apipé y desoyendo a su padre que le indicó un futuro de ama de casa, Esther partió hacia la ciudad de Buenos Aires. «Desde muy pequeña soñé con estudiar, así ser útil, para la sociedad y para mí», dijo años atrás.
«Al terminar la escuela le pedí a mi padre que me diera una oportunidad de trasladarme a otro lugar donde pudiera continuar los estudios. En la isla no había posibilidad. Pero me contestó que no necesitaba estudiar, que con casarme y formar una familia era suficiente», contó Esther.
En marcha la década del 40, y con 14 años, se sintió feliz al pisar suelo porteño. Una de sus hermanas le abrió las puertas de su casa y le dio alojamiento para que empezara su nueva vida. «Pero pronto se me desdibujó la sonrisa porque empecé a sufrir acoso sexual por parte de mi cuñado», denunció. No participó a su hermana de aquella pesadilla y en silencio volvió a armar su bolso.
Dejó esa casa. Tenía otra hermana residiendo en Buenos Aires, pero creyó que no debía molestarla, ya que vivía con una familia conformada por el esposo y cinco hijos.
Salió a la calle a buscar trabajo y un lugar para vivir. Entre los avisos que leyó en un diario vio una convocatoria para niñera y fue a ofrecerse. Se presentó a la vivienda de Obligado 1.915 en el barrio de Belgrano, de la familia Argerich, y fue aceptada de inmediato.
«En la entrevista laboral conversé mucho con la mamá de Martha; seguramente le inspiré confianza porque me dijo que me quedara», relató Esther.
Se empezó a ocupar de la niña que tendría más de 5 años; de cuidarla; entretenerla; de mantener en orden la casa mientras los padres salían a trabajar; y pudo paralelamente empezar a estudiar. «En mis horas libres empecé a cursar en la Academia Pitman», rememoró.
Durante un reportaje concedido a este redactor en 2015, la niñera correntina describió a Martha como una infanta de carita indígena, pero de piel blanca y rulos rebeldes. «Por entonces y pese a que la veía tocar el piano nunca imaginé que esa pequeña iba a convertirse en una de las más extraordinarias artistas del mundo», manifestó.
«No tuvo una infancia como la de otras nenas. No recuerdo haberla visto con una muñeca; si estando cerca o frente al piano, tocándolo. Íbamos al Jardín Botánico, alguna que otra tarde al cine. Su madre era una persona muy estricta; fue una mujer que tuvo mucha constancia en el rol de guiar con disciplina a su hija. La privó de muchas cosas», señaló.
Según Esther, el primer concierto de Martha en el Teatro Colón fue hace unos 70 años, con tan sólo 10 de edad. «En la ocasión pensé que si con esa edad tocaba allí evidentemente era una persona con un talento extraordinario», definió.
Ñatita, ¿a dónde queres ir?
Después de un concierto en el Teatro Colón, en 1954, Perón que estuvo entre el público citó a Martha a una reunión en la residencia presidencial. A la convocatoria fue acompañada por su madre. Sorprendido con la pequeña artista, el primer mandatario decidió saludarla personalmente, conocerla y expresar su admiración.
En un momento de la charla el presidente dirigiendo su mirada a la pianista le pregunto: «¿y a dónde querés ir, ñatita?». Sin dudar Martha contestó que quería ir Viena (Austria) a estudiar con el profesor Friedrich Gulda.
Perón becó a Martha para que estudiase en condición de alumna con el pianista austríaco. Nombró a su padre como agregado económico en Viena; y a su madre también le dio trabajo en la embajada argentina en aquel país.
Así Argerich se separó del cuidado de Esther, estudió durante dieciocho meses con Friedrich Gulda; después en Ginebra (Suiza) con Madeleine Lipatti y Nikita Magaloff; fue alumna de Stefan Askenase y María Curcio, y en los 60 aprendió con Arturo Benedetti Michelangeli.
Un amor, raíces y beneficencia
En el seno de una familia humilde, Esther nació el 9 de diciembre de 1930, en un rancho de Apipé Grande, uno de los dos únicos territorios insulares que Argentina tiene en aguas extranjeras junto con la isla Martín García.
En el pueblo estudió la primaria y fue abandera en todos los grados. Tuvo como maestros de 1º grado a Regina Sánchez; en 2º a Gertrudis Taleón; en 3º a César Simón Gauna y en 4º a Oscar Dacunda.
Hace 79 años se fue de la isla para residir en la ciudad de Buenos Aires. Se ganó la vida con un salario en la Fábrica Argentina de Papeles. Luego, en paralelo con su trabajo de niñera de Martha Argerich, Esther estudió el nivel secundario; terminado este ciclo comenzó a trabajar en la empresa Gersch Knicko y Compañía, firma dedicada a repuesto de motores.
El 28 de mayo de 1952 conoció a Florindo José Brindesi y se enamoraron. El caballero la descubrió por un amigo en común, un día de lluvia en la calle, donde atraído por la mujer desplegó su paraguas para cubrirla del agua y se ofreció a llevarla.
Al poco tiempo se casaron y formaron una familia con más de 66 años, que además se expandió con 3 hijos, Susana Irene, Claudio José y Eliceo Aníbal; 9 nietos y 1 bisnieta.
Florindo, alías Cholo, un sastre con distinguida clientela que se enamoró a primera vista, conoció la Isla Apipé al poco tiempo de relacionarse con Esther. Aquel año había terminado el servicio militar obligatorio.
Se enamoró de Esther y de su pueblo natal. «Comencé jugando al fútbol con los vecinos de la isla y así fui entrando en confianza con los pobladores», recordó Florindo. Desde allí no dejó de gestionar permanentemente en favor de la localidad correntina. Un verdadero benefactor.
Cholo comenzó consiguiendo medicamentos en Buenos Aires y llevando a la isla; después instaló el cartel Hospital Municipal Don César Simón Gauna, en el pueblo correntino. Al poco tiempo recolectó ropa para los isleños.
Bautizó con el nombre de Alfredo Pérez Balbuena al cementerio de Isla Apipé; instaló el primer cartel en el puerto que decía Puerto San Antonio – Isla Apipé Grande Provincia de Corrientes. Al poco tiempo empezó a sugerir nombres para las calles de la localidad.
Compró la primera bandera nacional que lució la plaza y como este espacio tampoco tenía nombre le puso Senador Juan Gregorio Peyal.
Fotos: Guillermo Rusconi